Texto: Pablo Montero
“Los juegos de los niños deberían considerarse sus actos más serios” escribió Montaigne. Si deseamos comprender a los niños necesitamos comprender sus juegos, ya que ellos constituyen un vehículo de expresión de su mundo interior. Los niños, como si de un lenguaje secreto se tratara, utilizan sus juegos para resolver sus conflictos y ansiedades, manifestar sus deseos y sus miedos. Por eso es importante no entrometerse en sus momentos lúdicos y aprobarlos aunque no los comprendamos (salvo que sean juegos peligrosos). No los valoraremos desde el punto de vista racional sino desde una mirada subjetiva y creativa. Por eso nunca debemos decirle a un niño cómo debe usar su juguete. Es un terreno donde él, que suele estar controlado por los adultos, puede desarrollar todo su ser experimentando, probándose, mostrándose, retándose.
A veces los veremos repetir un juego una y otra vez y eso será la señal de que algo están resolviendo. Por ello es fundamental en los primeros años que la mayoría de los juegos no sean programados por que obstaculizaríamos valiosas experiencias para conocerse y ser ellos mismos.
La ausencia del juego puede influir en el desarrollo intelectual y emocional, ya que a través de él se desarrollan multitud de recursos. Los niños que juegan poco tienen una vida interior menos rica y por tanto es difícil que se entretengan solos; suelen necesitar a otros o a soportes audiovisuales, como la TV o los videojuegos. Se convierten en niños receptores más que emisores, pasivos más que activos, con poca iniciativa y autonomía personal.
No olvidemos que el ser humano cuando nace no distingue entre el yo y el no yo, entre el mundo de
dentro y el de fuera (creen que el mundo es él), por eso los objetos, juegos, juguetes, cuentos, canciones se convierten en verdaderos intermediarios, auténticas tablas, que unidas, conforman un puente hacía la realidad.
Los juegos, no obstante, no son iguales en todas las edades por que responden a momentos de su desarrollo psíquico e intelectual diferentes. Por ejemplo, los juegos libres serán más asiduos en la etapa más primaria y los estructurados en otra más madura, cuando el niño ya va, a su vez, estructurando su aparato psíquico. Algunos ejemplos:
El juego de la gallina ciega es un ejemplo muy válido de cómo ir superando lo que a muchos niños les da miedo: la oscuridad. Al enfrentarse a ella de manera lúdica, en un entorno seguro, con contacto físico, el niño aprende a dominar sus sensaciones negativas.
El Juego del sonajero, del cu-cu tas-tas permite al niño ir elaborando su angustia de separación al darse cuenta de que lo que aparece desaparece. Además cuando el niño tira el sonajero esperando que se le devuelva está comprobando que él tiene un efecto sobre el mundo, se prueba a sí mismo, demuestra su capacidad.
En el juego del pilla-pilla representa todo una escenificación divertida de cómo un niño siente que hay lugares o personas que le dan seguridad y que aun cuando están alejados de esos lugares o pasan por momentos de adaptación a otros nuevos se sienten protegidos porque han interiorizado el amor y la seguridad que sus padres les han transmitido. Todos recordamos que llamábamos “casa” a ese sitio donde ningún compañerito nos podía ya pillar.
También nos encontramos con otro tipo de juegos llamémosles de afirmación, como caminar por un bordillo o pegaditos a la pared sin caerse….El niño aprende a confiar en sus posibilidades para desenvolverse en la realidad exterior.
A veces se utiliza el juego para representar fantásticamente cosas que le dan miedo, por eso, a veces, cuando van al Hospital o al Dentista juegan con sus muñecos escenificando las situaciones que van a vivir o ya han vivido. El juego con muñecos permite muchas veces también dramatizar escenas familiares que de otra manera quedarían sin posibilidad de expresión.